Mi amiga Gloria Cuartas, maestrante de Geografía en
la UPTC, me ha obsequiado su libro
publicado por la Contraloría General de la República, de autoría colectiva con
Marcela Martínez y Juan Carlos Villamizar.
Bellamente editado, el documento sirve de insumo
actualizado sobre el grave flagelo del conflicto armado en Colombia y el
desplazamiento forzado, así como la evaluación de la Ley de Víctimas y
Restitución de Tierras.
Cabe una felicitación a la entidad de control
porque superando las barreras meramente burocráticas demuestra que si se tiene
voluntad política e independencia y solvencia, se es capaz de desarrollar un
documento de importantes aportes no solo para la academia, sino para el Estado
en conjunto y en especial para la implementación de políticas públicas.
La Unidad para la Atención y Reparación Integral a
las Víctimas ha estimado la cifra de 5.845.002 víctimas registradas hasta el 1
de octubre de 2013, de las cuales 5.087.092 son por desplazamiento forzado. La
injusta distribución de la tierra fue uno de los detonantes del actual conflicto
armado colombiano, pero más allá, la consecuencia del destierro de estas
víctimas, con sus dolorosas consecuencias, han troto el corazón nacional y será
muy difícil reconstruir el tejido social fracturado. Uno de los aspectos
relevantes en el estudio lo constituye el análisis desde el territorio,
apelando a soportes doctrinarios de la talla de Massey y Harvey, entre otros.
Es bajar la geografía a un terreno poco explorado, como es el conflicto armado
y sus territorios de guerra, donde la simple restitución de tierras sería un
componente insuficiente a la luz de la justicia reparadora a favor de las
víctimas.
Igualmente, se recuerda que en el Informe “Basta
ya” se dijo que en estos 54 años de guerra de cada 10 colombianos que perdieron
la vida, 3 la perdieron por causa de la guerra.
Metodológicamente el Informe es muy acertado, a
introducir la geografía de la guerra (espacio, territorio y poder), pasando a
describir en 4 departamentos y en una zona (Magdalena Medio) los escenarios de
conflicto (partiendo de entrevistas en profundidad) para demostrar las rutas
del desplazamiento de forma contextualizada. Se pretende llegar a una
conclusión muy importante y es que la actual política denominada locomotora
minero-energética y el mismo modelo agrícola y económico conspira contra el
desarrollo de la Ley de Víctimas y restitución, si lo que se quiere es aplicar
verdad, justicia, reparación integral y garantías de no repetición, basadas en
la dignidad humana.
Para Harvey se produce en Colombia “acumulación por
desposesión”, fenómeno que incide en la absoluta precarización democrática en
el país.
El Plan de Desarrollo Prosperidad para Todos
desconoce la eliminación de territorios y el surgimiento de nuevas
espacialidades, para privilegiar el capital extranjero en megaproyectos,
desligado de las nuevas realidades espacio-temporales. El documento llama la
atención al Gobierno nacional para que revise esa postura. Se advierte que en las zonas estudiadas
persiste el conflicto armado, político y social.
Se hace eco de la sentencia de la Corte
Constitucional (Tutela T-881 de 2002), al expresar que “el referente concreto de
la dignidad humana está vinculado con tres ámbitos exclusivos de la persona
natural: la autonomía individual (materializada en la posibilidad de elegir un
proyecto de vida y de determinarse según esa elección), unas condiciones de
vida cualificadas (referidas a las circunstancias materiales necesarias para
desarrollar el proyecto de vida) y la intangibilidad del cuerpo y del espíritu,
entendida como integridad física y espiritual presupuesto para la realización
del proyecto de vida.
El concepto de territorio abarca nuevos escenarios.
“Pensar el territorio no solamente como un contenedor natural de recursos, sino
como un espacio de poder, de gestión y de dominio del estado; de hombres y
mujeres; de grupos y organizaciones y de empresas locales, nacionales y
multinacionales; poderes que se expresan como territorialidades de distintas
escalas y con intereses, percepciones y actitudes distintas, todas en permanente
estado de tensión y confrontación dentro del arco del territorio estatal”.
Desarrollan conceptos de los profesores Gustavo
Montañez y Ovidio Delgado respecto a que “toda relación social tiene ocurrencia
en el territorio y se expresa como territorialidad… El territorio es un espacio
de poder, de gestión y de dominio del Estado, de individuos, de grupos,
organizaciones y de empresas locales, nacionales y multinacionales, etc.”.
Al ser el territorio un poder, la lucha por el
mismo genera un conflicto que debe estudiarse con este nuevo componente geográfico,
bajo el riesgo de que si no se hace, se puede incurrir en un análisis sesgado
que impida la aplicación de las políticas públicas que superen el estado de
cosas inconstitucional que ha sido declarado por la Corte. Desde allí surge el
imperativo del empoderamiento territorial “en la construcción de un proyecto de
Nación incluyente y socialmente justo”.
La construcción de territorialidad “como relación
política fundamental que se expresa en acciones de poder de territorialización,
desterritorialización y reterritorialización”, es un análisis que aporta nuevos
enfoques en la solución a los conflictos armados y arroja luces para la
construcción del postconflicto.
Sucre, Meta, Nariño, Magdalena y la región del
Magdalena Medio, son zonas particularmente estratégicas para el análisis del
conflicto, por su historia de despojo y destierro de millares de habitantes y
familias. Se ubican los contextos espacio temporales del conflicto de manera
rigurosa, se apela a los testimonios en profundidad de las víctimas, se
presentan los mapas de expulsión por cada región, se grafican los crímenes de
lesa humanidad por cada zona, se ubican los municipios receptores de
desplazados, y se ubican intersecciones entre el conflicto armado con las
políticas de desarrollo.
La conclusión del informe es muy significativa: hay
un dilema en la política de restitución, que tiene que ver con la tensión
territorial que hay entre campesinos y empresarios. Por ejemplo, el IGAC señala
que en el “Departamento del Magdalena hubo un incremento de la concentración de
la tierra, que se refleja en la extensión de megaproyectos de palma aceitera,
teca y ganadería extensiva, al punto que la estructura de la propiedad del
departamento se distribuye en un 60% de mediana propiedad y un 31% de gran
propiedad, donde los pocos propietarios han concentrado las tierras de mejor
calidad”, lo cual genera inestabilidad en las relaciones territoriales.
El Informe señala la afectación de ese territorio
con la implantación de megaproyectos que impactan negativamente la zona, pues
ni siquiera se contó con la comunidad para su aprobación.
Muy significativo es el análisis de la política
gubernamental de desarrollo y ordenamiento productivo en zonas de la
altillanura, como estratégico para el tema de producción agroindustrial y de
hidrocarburos. Ello ha generado en la zona del Meta “un fuerte proceso de
colonización promovido a partir de estímulos tributarios, crediticios y a
través de subsidios, que generaron la llegada de diversos inversionistas
nacionales como el Grupo Sarmiento Angulo, el grupo económico Valorem de la familia
Santo Domingo, el Sindicato Antioqueño por medio del grupo Aliar y el Grupo
Manuelita. También se destaca la llegada de inversionistas extranjeros como la
empresa multinacional Cargill, el Grupo Mónica Semillas, el Grupo Poligrow, la
multinacional agrícola el Tejar, entre otras”. Destaca cómo Río Paila, Cargill
y Mónica Semilla han sido denunciados por apropiación ilegal de baldíos, que
eran para los campesinos pobres y sin tierra. Un Embajador en Estados Unidos
tuvo que dimitir por contribuir al despojo de baldíos a los campesinos.
La conclusión en este aspecto es muy diciente:
“Surgen dudas en relación con la posibilidad que los procesos de restitución de
tierras efectivamente se dirijan a consolidar proyectos para los campesinos de
uso y ordenamiento del territorio como forma de reconstrucción y reparación de la
población víctima del conflicto y a recuperar el tan fragmentado tejido social
y el ejercicio de la territorialidad de las comunidades rurales. O por el contrario, se puede pensar que las
perspectivas y el espíritu de los procesos de restitución se reduzcan, debido a
los fuertes cambios que se han presentado y en los casos en los que sea posible
el retorno de las víctimas, a asegurar la reinserción de las familias a los
nuevos usos del territorio. En últimas, de no ser posible la materialización de
alguno de los escenarios anteriores, podría llegarse a pensar que la política
de restitución de tierras puede terminar constituyendo una herramienta de
legalización “por las buenas” de la tenencia de predios que ahora son
requeridos para nuevos usos y, por lo tanto, deben ingresar a dar dinamismo de
manera pronta al mercado de tierras”.
Se trata de cuestionar las locomotoras santistas
frente a la propia Ley 1148, pues la tensión en contra de la restitución puede
dar lugar a una prolongación sine die del conflicto armado.
En materia estadística, “para el período reciente,
la Comisión de Seguimiento a la Política Pública sobre Desplazamiento Forzado
(2012) ha estimado un despojo de 6,5 millones de hectáreas que representan el
15,4% de la superficie agropecuaria, afectando a 4,6 millones de personas, es
decir, el 10% de la población colombiana, con impactos severos en la población
campesina, pues el 60% de los grupos familiares desplazados lo fueron de zonas
rurales, el 24% de los centros poblados y el 15% de las cabeceras municipales,
confirmando que la mayoría de los desplazados eran pequeños productores
aplicados en actividades agrícolas y pecuarias”.
Tendrá que mirar la problemática el estado no como
una salida militar, sino dentro de la complejidad geográfica que el nuevo
territorio descifra.
En conclusión, “las historias que componen este
libro cuentan acerca del despojo (Magdalena, Meta), la demanda por reparación
colectiva (Sucre y Nariño) y la persecución a organizaciones sociales
(Magdalena Medio), situaciones en las cuales la presencia del Estado fue en
unos casos de inoperancia y en otros de una presencia tolerante que aceptó la
acción de las fuerzas ilegales, dejando como saldo el desplazamiento, la
masacre, el homicidio selectivo y la terminación abrupta de proyectos de vida
hechos por la gente”.
Y respecto a las políticas minero-energéticas y
agroindustriales del Gobierno, se señala: “La reciente política de restitución
tiene un rasgo de ambigüedad, que no perite saber si se trata de una política
para recomponer los proyectos de vida de las personas o para permitir que en el
inmediato futuro se legalice la propiedad y se le de vía a los proyectos
agroindustriales, infraestructurales y extractivos. Por lo primero, hay que decir
que, bajo la óptica de las nociones de territorio y territorialidad, la
política de restitución solamente apunta a la idea de devolver la tierra como
un lugar y deja poco para avanzar sobre la idea de devolverle a la gente su
capacidad para construir la territorialidad, es decir, retornar al territorio
con un proyecto productivo, con la posibilidad de ejercer formas de convivencia
y con el derecho a ejercer la participación como sujetos políticos. Por lo
segundo, hemos visto que los proyectos económicos agrarios en curso han dejado
ver que están disputando el territorio con la población desplazada y retornada,
y que la ley de restitución es sólo un paso mas para consolidar zonas agrícolas
que en el pasado habían sido de los campesinos despojados”.
La construcción de paz con justicia social implica
este reconocimiento a las víctimas, por encima de la guerra, el despojo y el
capital depredador. Este Informe demuestra un juicioso análisis de la historia
del desplazamiento y del propio conflicto armado interno, en especial en cinco
zonas tradicionalmente golpeadas por el mismo. Se echa de menos un análisis
sobre la creación y desarrollo del Ejército Antirrestitución de Tierras, figura
funesta de ultraderecha que ha causado severos inconvenientes a la
cristalización de la Ley, así como también a la parte jurídica en la
implementación y desarrollo de los jueces de restitución de tierras, sus
avances y dificultades, la devolución de bienes por parte de los paramilitares
insertos en Justicia y Paz, con lo cual el documento quedaría más completo aún
de lo que está. También hubiera sido buena una referencia al nombramiento del
expresidente de Fedepalma como Ministro de Agricultura y los efectos que ello
tuvo en las zonas palmicultoras frente a la comunidad campesina. Sin embargo,
ello no empece el excelente trabajo. Ojalá el nuevo Contralor siga en este
empeño, con funcionarios de este talante crítico, serio, solvente e independiente, como es lo que se puede
esperar de un órgano de control en un Estado de Derecho si se quiere denominar
democrático.
CONTRALORÍA GENERAL DE LA
REPÚBLICA. Espacios Vividos. Territorios Despojados. Bogotá, Imprenta Nacional,
2014.
Para una reedición de la obra, sugiero realizar el comentario sobre el impacto del robo del Programa AIS Agro Ingreso Seguro por parte del condenado Ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias, alfil del uribismo, que le entregó los recursos a terratenientes y no a campesinos pobres.
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